Un koan para el señor Shainberg – Juan Forn

Kyudo Nakagawa, maestro zen

 

Mientras Roosevelt y su New Deal trataban de recuperar a Estados Unidos del Crack del ’29, un judío hijo de inmigrantes llamado Shainberg estaba por abrir en Memphis, Alabama, una tienda llamada Black&White. Cualquiera que haya fatigado la provincia de Buenos Aires en otros tiempos entenderá el concepto: las tiendas Blanco & Negro vendían desde mamelucos de trabajo a vestidos de novia, desde hilo de coser a soga gruesa, a precios accesibles. El nombre técnico (“tiendas igualitarias”) nunca llegó a cuajar en el imaginario popular pero eran un éxito igual. En el Memphis de los años ’30, en cambio, una tienda llamada Black & White no era buen negocio. “Y tu apellido tampoco sirve. ¿Por qué no le pones White a secas, que seguro funciona?”, le dijo al señor Shainberg un compadre, tendero como él, a la salida de la sinagoga de Memphis.

El ahorcado – Juan Forn

Adolfo Couve, fantasma

Adolfo Couve tenía cuarenta años cuando se fue a vivir a Cartagena. Llegó huyendo, deprimido y enfermo. Había dejado una carrera exitosa como pintor y una doble vida que se le había hecho insostenible, para dedicarse a escribir (“Mintiendo tuve casa, señora, auto, jardín, todo eso. Un día resolví no mentir más y perdí todo”).

 

Miedo de noche - Ana María Shua

Leandro tenía mucho miedo de quedarse solo de noche, pero nunca lo hubiera confesado. A los diez años, se sentía demasiado grande para pedirles a sus padres que no salieran. Lo cierto es que cuando se iban, todo a su alrededor se volvía amenazador. Le parecía ver Cosas por el rabillo del ojo. Si daba vuelta la cabeza para mirarlas de frente, las Cosas desaparecían. Quedarse en su cuarto, sobre todo, le resultaba intolerable. Taparse la cabeza con la frazada era todavía peor: los monstruos que se imaginaba podrían encontrarlo así, sin que él pudiera verlos llegar.

Costa de oro - Hernán Vanoli

En la playa, hombres con chombas y medias blancas juntan los desechos del día anterior en enormes bolsas de nylon rojo. Andrade prepara café en la cocina del departamento. Encerrado en el baño, mientras se hace buches de forma tan ruidosa como siempre, Yacuzzo fantasea con una huida romántica: irse al interior del país con alguien como Linger o como Ordóñez, o con cualquiera que al menos tenga la mitad de los tatuajes que Ordóñez tiene distribuidos en su piel cetrina.