Franco Battiato, siciliano inmortal
Sospecho que no fueron pocos los que sintieron un escalofrío de orfandad esta semana cuando se supo que había muerto Franco Battiato. Para que se entienda mejor por qué, voy a pedirles que, antes de leer estas líneas, o durante, escuchen su disco Unprotected, porque no hay manera mejor de entrar a Battiato. Las letras, la melodía, el colchón sonoro debajo, la simpleza conceptual y, a la vez, la infinidad de referencias musicales y culturales, la síntesis... Yo tuve la suerte de entrar por ahí a Battiato, de pura casualidad, hace más de treinta años, y lo que me pasó entonces se sigue repitiendo hasta el día de hoy, cada vez que escucho esas canciones. Parece que dijeran: Te vamos a acompañar toda la vida.
Kyudo Nakagawa, maestro zen
Mientras Roosevelt y su New Deal trataban de recuperar a Estados Unidos del Crack del ’29, un judío hijo de inmigrantes llamado Shainberg estaba por abrir en Memphis, Alabama, una tienda llamada Black&White. Cualquiera que haya fatigado la provincia de Buenos Aires en otros tiempos entenderá el concepto: las tiendas Blanco & Negro vendían desde mamelucos de trabajo a vestidos de novia, desde hilo de coser a soga gruesa, a precios accesibles. El nombre técnico (“tiendas igualitarias”) nunca llegó a cuajar en el imaginario popular pero eran un éxito igual. En el Memphis de los años ’30, en cambio, una tienda llamada Black & White no era buen negocio. “Y tu apellido tampoco sirve. ¿Por qué no le pones White a secas, que seguro funciona?”, le dijo al señor Shainberg un compadre, tendero como él, a la salida de la sinagoga de Memphis.
Adolfo Couve, fantasma
Adolfo Couve tenía cuarenta años cuando se fue a vivir a Cartagena. Llegó huyendo, deprimido y enfermo. Había dejado una carrera exitosa como pintor y una doble vida que se le había hecho insostenible, para dedicarse a escribir (“Mintiendo tuve casa, señora, auto, jardín, todo eso. Un día resolví no mentir más y perdí todo”).
“Como quien, al hablar de flores, dejara de lado tanto la botánica como el arte de los jardines y de los ramos –tendría aún mucho que decir-, así, por mi parte, olvidando la mineralogía, descartando las artes que hacen uso de las piedras, hablo de las piedras desnudas, fascinación y gloria, donde se oculta y al mismo tiempo se entrega un misterio más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera.”
Los lectores aman las historias de ascenso, muerte y resurrección. Dan fe de ello los mitos griegos, la Biblia, Shakespeare e incluso las oligofrénicas crónicas deportivas de estos días. ¿A qué se debe esa necesidad del hombre por llevar al héroe al paraíso, después degradarlo hasta el último infierno para, al fin, salvarlo y redimirlo? Tal vez nunca lo sepamos, pero es evidente que en las historias de auge, derrumbe y vuelta a la vida, el ser humano encuentra sosiego a cierta pulsión eros/pathos que lo acompaña desde siempre. Pero… ¿qué ocurre cuando el héroe cae en el ocaso y la resurrección nunca llega? ¿Qué papel juega el hombre, el lector y la sociedad entera, cuando se entierra en vida a uno de los mayores artistas de su tiempo y se lo deja agonizar por décadas hasta el día de su muerte?