Posts con la etiqueta
Lejos de pretender registrar los pormenores de una vida, la escritura que se desarrolla en sus páginas durante esas tres semanas comprendidas entre el 26 de diciembre de 1990 y el 23 de enero de 1991, podríamos decir que la suspende. Escribir cada tarde, reconfigurando una memoria nueva de la infancia, constituye para su autor una suerte de indagación imprescindible para comenzar a vivir una vida auténtica. Impulsado por el psicoanálisis, Brizuela admite que debe elaborar un trauma del pasado —un abandono, precisamente, o lo que se sintió como tal— para dejar de re-vivirlo en cada relación amorosa.
Rosalía Iturbe
Pocos autores me generan tanto entusiasmo como Peter Orner (1968). Lo descubrí hace algunos años gracias Chai editora, que tradujo su inclasificable ¿Hay alguien ahí?, y desde entonces se convirtió en uno de mis autores favoritos. Y ahora —el año pasado, en realidad, aunque para los tiempos de las publicaciones el presente se dilata varios meses—, la misma editorial tradujo su otro libro inclasificable, Sigo sin saber de ti, que funciona como una continuación de aquel: no sería exactamente una segunda parte, sino una especie de ampliación de ese mundo que ya conocíamos.
Bruno Calagioni
Para muchas culturas, el agua simboliza la vida, es instrumento de redención y tiene el poder de borrar pecados. Desde el punto de vista de la física, tiene la capacidad de modificar la mirada sobre las cosas: las ondula, las aumenta, las hace más o menos nítidas. Tal vez estas dos formas de entenderla se corporicen en el texto.
El agua, de Enrique Wernicke
Mil botellas Editorial (2024)
“Hombres y mujeres viajaban desde Buenos Aires en el mercante Ushuaia por el Atlántico sur hacia las islas del fin de la tierra. Una forma de castigo con máscaras de esperanza. Presidiarios y tripulación, mixtura y ambulantes, disimuladas indiferencias, deseos no reconocidos. Colores, piel y lenguas rumian y huelen injusticias”.
Así comienza Mujeres de Albada.
Bruno Calagioni, autor del libro de cuentos Eso que teníamos en común, editado por Enero editorial recomienda lo que lee.
La lucha contra la soledad
El cielo de los animales, de David James Poissant
Lo que le pasó a David James Poissant (1979) es, quizás, lo que nos gustaría que nos sucediera a todos los que escribimos: que tu primera obra sea un éxito, se traduzca a una docena de idiomas y sea considerada como una de las mejores de los últimos tiempos.
Presentar el tercer libro de un escritor es una experiencia particular. No se trata de presentar al autor, como ocurre con una primera novela, ni tampoco de celebrar (a veces resulta un verdadero milagro) la aparición de una segunda. Presentar la tercera novela de Ismael Cuasnicú es comenzar a vislumbrar las constantes de una obra en construcción que, uno espera, continuará su desarrollo sostenidamente hacia una plenitud indefinida, es decir, siempre abierta.
Ariel Pavón
Mujeres que escriben sobre fútbol.
"Soy futbolera desde que tengo memoria pero eso no necesariamente implicaba que encontrase algo en particular sobre fútbol que me importara contar. Y, en efecto, durante varios días mi imaginación navegó en el vacío. Algo tenía claro: el punto de vista no iba a estar adentro de la cancha. Mi mirada posible estaba afuera, del lado de los hinchas".
Liliana Heker
Kyudo Nakagawa, maestro zen
Mientras Roosevelt y su New Deal trataban de recuperar a Estados Unidos del Crack del ’29, un judío hijo de inmigrantes llamado Shainberg estaba por abrir en Memphis, Alabama, una tienda llamada Black&White. Cualquiera que haya fatigado la provincia de Buenos Aires en otros tiempos entenderá el concepto: las tiendas Blanco & Negro vendían desde mamelucos de trabajo a vestidos de novia, desde hilo de coser a soga gruesa, a precios accesibles. El nombre técnico (“tiendas igualitarias”) nunca llegó a cuajar en el imaginario popular pero eran un éxito igual. En el Memphis de los años ’30, en cambio, una tienda llamada Black & White no era buen negocio. “Y tu apellido tampoco sirve. ¿Por qué no le pones White a secas, que seguro funciona?”, le dijo al señor Shainberg un compadre, tendero como él, a la salida de la sinagoga de Memphis.
Adolfo Couve, fantasma
Adolfo Couve tenía cuarenta años cuando se fue a vivir a Cartagena. Llegó huyendo, deprimido y enfermo. Había dejado una carrera exitosa como pintor y una doble vida que se le había hecho insostenible, para dedicarse a escribir (“Mintiendo tuve casa, señora, auto, jardín, todo eso. Un día resolví no mentir más y perdí todo”).
Las cosas sucedieron más o menos así. Ese tipo venía caminando por la vereda del barrio. Era sábado temprano a la tarde y el sol le daba en la espalda. Se paró frente a la verja pintada de verde. Ay no, pensó, ay, no, por favor no otra vez no, ¿cuántos años tendrá? siete, ocho cuanto más, ay, no, no quiero.