En la playa, hombres con chombas y medias blancas juntan los desechos del día anterior en enormes bolsas de nylon rojo. Andrade prepara café en la cocina del departamento. Encerrado en el baño, mientras se hace buches de forma tan ruidosa como siempre, Yacuzzo fantasea con una huida romántica: irse al interior del país con alguien como Linger o como Ordóñez, o con cualquiera que al menos tenga la mitad de los tatuajes que Ordóñez tiene distribuidos en su piel cetrina.