Eso que teníamos en común
de Bruno Calagioni
¿Qué podrían tener en común el velorio de un inmigrante italiano, un nadador principiante y un «carterista que roba tiempo»? Todas las conjeturas (y las bifurcaciones de la imaginación) son bienvenidas. En principio, lo que los une es que forman parte de los dieciséis cuentos que componen esta obra, aunque, afortunadamente, eso no es todo. En su «Tesis sobre el cuento», Ricardo Piglia afirma que todo relato encierra una historia secreta que se construye con lo no dicho, a través del sobreentendido y la alusión. Quienes experimenten la lectura de estos cuentos, podrán corroborar esta teoría cuando se topen con la escritora de novelas policiales (y la sombra eterna de un crimen), con el niño que cambia figuritas o con el cartógrafo del Antiguo Oriente que siempre deja su «marca de autor». En cada relato, se cruza lo que se narra con lo que se intuye. Y cada uno ellos, deja pistas que indican que esta obra es circular.
A estos cuentos también los une la pasión por escribir, por dar voz a personajes que, una vez más, tienen mucho para decir. Por eso, ante estas historias que nadan en una «pileta literaria de muchos carriles», no tenemos más que palabras de agradecimiento.
Felicitas Ilarregui
Género: cuentosBruno Calagioni
Es licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad de Buenos Aires y Bibliotecario Escolar por la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Se desempeña como docente en el nivel secundario y universitario, y forma parte de un equipo de investigación UBACyT. Actualmente está a cargo de una comisión de la materia Taller de Escritura en la facultad de Sociales (UBA).
Dice que su escritor ideal tiene la inteligencia de Borges, la prosa de Raymond Chandler, el humor de Lorrie Moore y el talento de Foster Wallace. Sin embargo, en el fondo, no cree en escritores ideales. Porque, ¿qué sería de la literatura sin la imperfección?