Noctámbula. La restauradora de sueños - Emilia Cortina

“En el espacio sin reglas de lo onírico, Noctámbula traza el mapa de un territorio donde el tesoro es una frontera. Emilia la cruza y el mundo tangible se desarma para volverse a armar en un sentido necesario: el repaso por los sueños de una mujer. Una fuerza que ubica el deseo en primer plano”.

Natalia Romero

 

Las sábanas están tibias y moverme sería asumir todo lo que viene después: lavarme la cara, preparar café, desayunar, vestirme, hacer. Hacer es empezar a olvidarme. Me quedo un rato más en la cama, con los ojos cerrados. Los recuerdos son de espuma. Trato de rescatar las imágenes antes de que se disuelvan, hilvanar la historia. La humedad invadió el baño de casa, ¿y después? Para escribir los sueños, hay que atraparlos frescos, en vuelo, como si fueran pájaros. Walter Benjamín creía que nunca hay que contarlos con el estómago vacío. Que recién después de desayunar podemos recordarlos desde la otra orilla, dejar de hablar en sueños. Yo creo que empezamos a escribirlos cuando todavía está oscuro, con las pestañas pegoteadas y entre bostezos. Las primeras notas se toman entredormidas, en cualquier lugar: una libreta en la mesa de luz, el revés de un ticket, las notas del celular. No importa que tengan demasiado sentido, pueden ser palabras sueltas. Otros días, los recuerdos vuelven más tarde, durante un viaje en colectivo, o en la ducha. Hay que anotarlos apenas llegan, o se pierden. Después hay que olvidarse, hacer cualquier otra cosa. Cocinar, sacar la basura, pagar las cuentas, salir a caminar. Volver a leer los apuntes varios días después. Tal vez del sueño ya no queden más rastros que esas frases. Como si las hubiera escrito otra persona. Ahora sí, a la distancia, releer, reordenar, reescribir. Empezar a recortar, elegir qué detalles o escenas son más hermosas, o están más definidas. Salvar solo una sensación y escribir un poema. O escribirlo entero, escribir muchos sueños, todos. Empezar un diario.

 

06-05-2020 • Tejidos vitales

Estoy con una amiga frente al lavabo de un baño público. Paradas frente al espejo, desplegamos rollos de tela. Azules, blancos, celestes, rojos, fucsias. Algunos tejidos son suaves, finos, otros son pesados. Hay telas ásperas que nos pican en los dedos, otras que revelan pliegues invisibles al tacto. Pero lo que las distingue es que están vivas. Unas cargan la vida del animal que se ofrendó y ese destello las habita. El cuero de una vaca que ahora solo perdura en ese tejido. Otras están hechas de millones de organismos invisibles: amebas estrelladas, protozoos de agua dulce. Y porque no están muertas, estas telas cambian —como todo lo vivo—: su color y su textura se transforman según el día o el momento, si hace frío o calor, si viene lluvia, si los seres que las crearon están tristes o ansiosos o tienen miedo o desbordan de alegría. La ropa que cosamos va a estar viva, será mutante. Si queremos que se mantenga inalterada, vamos a tener que tratarla. Que matarla.

 

Emilia Cortina

(Buenos Aires, 1987) es licenciada y profesora en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (UBA), graduada del posgrado internacional en Escrituras: creatividad humana y comunicación y Diplomada en Lectura, escritura y educación por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Actualmente, cursa la Especialización en Lectura, escritura y educación en esta misma universidad. También se formó en diferentes talleres de narrativa, microficción y poesía.

 

Desde hace más de 10 años, trabaja explorando los cruces entre la escritura, la comunicación, la educación y las tecnologías digitales. Como parte de esas búsquedas, es facilitadora pedagógica digital en escuelas secundarias y docente de Didáctica de la Comunicación en el Profesorado de Comunicación de la UBA, donde también co-coordina el Grupo de Investigación en Comunicación (GIC) sobre “Escritura, Comunicación y Educación” y otros proyectos abocados a impulsar las prácticas de escritura junto a Claudia Risé. Guía talleres en diferentes ámbitos, entre ellos, en el marco del proyecto Lengua de lava, lecturas y escrituras desde el magma de la experiencia, junto a Bárbara Duhau.

 

 

Sueña desde que tiene memoria y escribe desde que aprendió a dibujar las letras. De nena, quería ser escritora. Después se fue dando cuenta de que, de algún modo, ya lo era. Éste es su primer libro.