Desvelados - Mónica Ávila

Ceres
La veo en Lisboa y en Cuzco, en Chiang Mai y en Kathmandú, mientras atiende su puesto en el mercado. No sé su nombre pero conozco el blasón de su estirpe: la abundancia. Florece en medio de un desborde de canastos de todas las medidas y colores. Lo mismo da si contienen peras o aguacates, pimienta o canela, hongos o pescado seco, fieltro o lana. Sentada en el centro exacto de su tienda es una reina. A su alrededor orbita el planeta entero y, aunque el mapa de su territorio podría dibujarse con detalles sobre un pañuelo de papel, el derroche de su mercadería y de su estampa solo admiten como marco el universo.
Cuatro tablas y un tenderete. La del frente es el mostrador, frontera de regateos y transacciones. Sobre la madera lustrada por el uso, ella apoya los codos. En la quietud de la siesta, no pocas, la cara se amohína cuando el desfile de paseantes va menguando.
Detrás, en inquietante equilibrio, estantes atiborrados de cajas, paquetes, frascos, latas, tarros, bolsas. Debajo de sus nalgas, un banquito minúsculo que la sostiene.
Usa un batón azul sobre la blusa blanca, un vestido de sarga gris con cierto aire monacal o ponchos y refajos coloridos. Cualquiera sea la envoltura, sus pechos siempre desbordan sobre los brazos cruzados, sobre el mostrador, sobre los fardos de mercadería que lleva de un lugar a otro. Retintos o de leche han alimentado a la humanidad desde sus orígenes.
Cuando me acerco, no importa en qué idioma, me llamará mamita, me hará oler el perfume de la pimienta verde que solo ella vende o me dará a probar un plátano frito que acaba de cocinar, y envolverá mi muñeca con una trenza de cintas que ha tejido mientras me esperaba. Su atención no está puesta en la venta o no parece estarlo. Monocorde, repite la lista de la oferta y se anima cuando alguien se decide. Entonces, sus carrillos se hinchan sonriendo y la boca se abre en una carcajada; sus manos que asomaban recatadas debajo de las mangas de su blusa, se sumergen en recipientes que rebosan regaliz o abarrotan con una lluvia de azúcar una bolsa de papel y la falda forma parte de la tienda y sobre ella se despliegan mantones, pañoletas, echarpes.
Hoy compré una hogaza de pan. Me la dio en la mano, estaba tibia. Me sonrió y nos despedimos. Me voy confiada porque sé que sus pechos sostienen el mundo, que son sus manos las que tejen la red de las estrellas.
Mónica Ávila
Nació en Tigre, en 1955, allí pasó la mitad de su vida y allí vuelve siempre. La otra mitad transcurre en San Fernando, cerca del río Luján.
Es Profesora en Letras (USAL) y graduada del posgrado internacional en Escrituras: creatividad humana y comunicación de FLACSO. Trabajó como docente secundaria y universitaria. En la FRGP de la UTN fue coordinadora del Programa de tutorías en competencias de lectura y escritura.
En los últimos años estuvo a cargo del área de Literatura de la Subsecretaría de Cultura de Tigre donde se desempeñó como gestora cultural e intervino en la actualización de los guiones museográficos y los contenidos de redes del Museo de la Reconquista, el Museo Casa Sarmiento y la Casa Museo Haroldo Conti.
Es especialista en la literatura del Delta y en el trabajo con cuentos de hadas para adultos, desde una perspectiva junguiana.
Desde 1980 coordina talleres de lectura.
Ha publicado investigaciones académicas, y es coautora de libros sobre su especialidad. Escribió el estudio preliminar para Aguafuertes del Delta de Roberto Arlt. EUDEBA. 2016 y en colaboración con José Athor y Bárbara Gasparri, el volumen Félix de Azara. Fundación Azara. 2017.
Su cuento Encajes forma parte de la antología Abordajes literarios. Cuentos del mar, compilada por Juan Bautista Duizeide para Adriana Hidalgo editora, 2020.
Es una viajera empedernida, fotógrafa y naturalista por vocación, además de ornitóloga aficionada.
Horizonte de sucesos, su primera novela, nació en el taller de escritura de Cynthia Rimsky del que participa hace varios años y terminó de tomar forma en la lectura compartida con Fernando Garriga.