¿Qué leen los que escriben?
La lucha contra la soledad
El cielo de los animales, de David James Poissant
Lo que le pasó a David James Poissant (1979) es, quizás, lo que nos gustaría que nos sucediera a todos los que escribimos: que tu primera obra sea un éxito, se traduzca a una docena de idiomas y sea considerada como una de las mejores de los últimos tiempos. Pero no solo eso: con el correr de los años —diez, ya, desde su publicación—, El cielo de los animales se ha convertido en una referencia, en uno de esos títulos que salen instantáneamente cuando uno tiene que recomendar un libro. A mí, hasta ahora, siempre me ha funcionado.
Es que si cada lectura es un viaje —metáfora gastada pero cierta—, el que uno vive mientras incursiona en el mundo Poissant es muy especial, porque no hay manera de no regresar de él transformado. Es como irse a unas vacaciones en las que uno espera descansar y termina pasándole de todo —conoce un amor pasajero, prueba una comida nueva, se indigesta, queda varado por demoras en el vuelo—, aunque después, al volver, todo eso se convierte en material de aprendizaje. Uno empieza el libro siendo una persona y lo termina siendo otra. Lo que pasa en el medio no es magia, pero por momentos se parece.
El cielo de los animales sabe respetar la tradición literaria que lo contiene. Poissant se une, a través de estos relatos, a esa larga serie de cuentistas estadounidenses iniciada por Hemingway, y entre los que están Salinger, Capote, Carver, Lucia Berlín o Richard Ford. Es decir: si te gustan, como a mí, estos autores; si te conmueve el mundo de los perdedores y los remadores cotidianos, no lo dudes. Es fácil encontrar un eco de todos ellos, por ejemplo, en frases carverianas cargadas de un cinismo que roza lo exasperante: “Nuestros hijos están muertos. Nosotros no somos especiales. Nos tocó sufrir por azar, mala suerte. Todos los que estamos aquí hemos tenido una suerte de mierda”.
Si bien los cuentos están ambientados en los Estados Unidos —casi siempre en ciudades del sur— y abundan en referencias geográficas locales, hay algo en ellos que nos hace admirar y al mismo tiempo prescindir de lo autóctono. Es posible que ahí radique su mayor virtud: en la particularidad de los lugares y los personajes, los lectores podemos encontrar los problemas de lo humano, que son, como los tuyos y los míos, universales y atemporales.
Todo ese realismo sucio que se muestra en el libro sirve para enmascarar las tensiones que están presentes de manera subterránea, como un ecosistema caótico que se esconde bajo un mar calmo. En ese sentido, son los animales los que, a su modo, cargan con el peso de los relatos. Ya sea un caimán, una gata, un bisonte o un pez parásito, sus apariciones simbolizan algo más, son una manifestación de los propios protagonistas, de sus desventuras, sus miedos y todo aquello que se niegan a aceptar.
Lo que une a esta serie de personajes es que combaten constantemente contra la soledad, o más bien, contra ese vacío que se produce una vez que alguien ya no forma más parte de su vida. Está el padre que anhela volver a ver a su hijo aunque sea por una última vez; la mujer que acompaña los últimos días de su marido enfermo de cáncer; el muchacho que ve a su ex en otras mujeres; el chico que queda atrapado entre la amistad y la traición. Y resulta muy fácil reconocerse en todos ellos, porque a nosotros, los de carne y hueso, al igual que a estos personajes, también nos habitan las faltas. Como dice el narrador de “Nudistas”: “¿Y si lo que él deseaba tener de nuevo no era a ella, sino a ellos, o la idea de ellos, de lo que alguna vez, hacía mucho tiempo, habían conseguido?”.
Cada relato es un hilo del que pende la felicidad, una tragedia a punto de ocurrir, un abismo en el cual hay que tener cuidado de no caer. Es como si el libro fuera un recordatorio de que solo somos alguien en el mundo si somos capaces de compartir nuestra existencia con otros. ¿Y acaso no es eso la vida, un sinfín de pasos en falso que los demás nos ayudan a evitar dar?
Bruno Calagioni
Autor de Eso que teníamos en común-Cuentos
Editorial Enero