¿Qué inspira a los que nos inspiran?

Me gusta pensar la lectura como un proceso íntimo. Sé que es un momento en el que solo somos el libro y yo, y en el que mi cabeza va a mil a medida que voy pasando las páginas. Por eso, me gusta hacerles marcas a las hojas, insignias de una voz interior que, efímera, lucha por sobrevivir al instante. Creo que no hay mejor apropiación de un libro que a través de lo que escribimos en sus márgenes: de esa forma, el ejemplar ya no es uno más, sino que se vuelve único, mío.

Con el correr de los años fui perfeccionando mi propio sistema de marcado. En realidad, es bastante básico, pero como dicen, hacer simple lo complejo lleva tiempo. Si es una frase corta —dos o tres renglones— se subraya; si es más larga, se marca con una línea vertical al costado. En los márgenes, va un comentario, un ! o un ✔. Nada más.

Para mí, subrayar y anotar es una forma de saber si un libro me está gustando. Quiere decir que hay algo en su escritura que me interpela, que me llama la atención y me sobresalta, casi diría que me obliga a no dejar pasar esa frase o párrafo. No es una ciencia exacta, pero suele haber una correlación: cuantas más anotaciones le hice a un texto, más lo disfruté.

Uno de los libros de mi biblioteca que más marcas tiene es Los árboles caídos también son el bosque, de Alejandra Kamiya. Además de las tramas y los secretos que sabe condensar cada cuento, hay algo en esa prosa poética que me deja suspendido en el aire, en constante estado de reinicio, porque me obliga a mirar la realidad de otra manera.

Paso las páginas rápidamente y encuentro una montaña de frases subrayadas que tienen un ✔ al costado: “La desnudez de Guillermina es como la de los árboles en otoño: lo que muestra es la falta”, en “Los restos del secreto”; “El pescado tiene olor a mar. Se pregunta si nosotros tendremos olor a tierra”, en “Las botas”; “…me pareció que podía escuchar el ruido que hacía la luna al moverse, como si raspara contra un cielo de metal, como si algo no estuviera bien en esa noche en la que nos tocaba estar”, en “El pañuelo y el viento”; o “Así que yo soy ‘half’. Soy japonesa en Argentina y argentina en Japón, así, con las minúsculas para mí y las mayúsculas para el país”, en “Partir”.

Pero hay unas líneas en particular que no tienen ni uno ni dos, sino tres ✔✔✔. Están en el cuento “Nombres” y dicen:

“Lo que quedaba de mi hermano en mi memoria eran piezas sueltas y borrosas. Hacerlas encajar en una historia habría sido como intentar hacer con jirones, un vestido nuevo. Pero así como las sombras tienen la forma de aquello a lo que están encadenadas, el olvido no tiene otra forma más que la de aquello que lo cubre. Mi olvido tenía la forma exacta de mi hermano.”

No sé si pueda transmitir lo que me provocan estas cuatro oraciones. Las leo una y otra vez y siempre me resuenan. Hay algo de verdad revelada, de asombro, de admiración, de sonoridad, y hasta de un extra intangible que no puedo discernir, que tal vez simplemente esté ahí, al servicio de lo que somos. En eso, creo, reside la magia de la lectura.

 

Bruno Calagioni

Autor de Eso que teníamos en común

Enero editorial, 2024